Nosotrxs, un remedio alternativo después de las elecciones.
Decía Cortázar sobre las palabras algo muy cierto: éstas pueden llegar a cansarse y enfermarse, a perder de a poco su vitalidad hasta agotarse. Nos recuerda también que “las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política, no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros.” En México podríamos hacer una larga lista de palabras que han pasado por este proceso de deterioro: democracia, igualdad, libertad, honestidad, tolerancia, entre otras. Pero una que sin duda ha enfermado, al grado de padecer una completa desviación de su sentido originario, es la palabra política. Hoy “hacer política”, de entrada, levanta un sinnúmero de sospechas. En primer lugar, porque el ciudadano promedio se concibe como ajeno a la política, como si ésta fuese algo de lo que se encargan tan sólo nuestros gobernantes. Es decir, se percibe como una esfera distante y temporal, que transcurre en nuestras vidas tan sólo durante las elecciones. En segundo lugar, porque la política parece tener en el imaginario como primos hermanos a los términos corrupción, impunidad, abuso, y por ello, quien la práctica se contamina por asociación. La política vista como propiedad de los políticos y como un medio para beneficio personal, es una representación común que tienen los mexicanos. Y, desafortunadamente, cuando la percibimos de esta forma, quienes perdemos somos los ciudadanos.
Perdemos por varias razones: porque al aislarnos en una esfera individual, transferimos a nuestros gobernantes todo el poder sobre asuntos públicos que nos afectan a todos, sin supervisión y en muchos casos, perjudicándonos; porque cuando se vulneran nuestros derechos no aprendemos a exigir y a organizarnos, sino a acostumbrarnos; porque cuando las instituciones públicas terminan cooptadas por los intereses de unos cuantos, asumimos que las cosas funcionan así en México.
Cuando Nosotrxs surge como movimiento social –y manteniéndose al margen de la contienda electoral–, parte de ciertas bases: el Estado no es patrimonio de nuestros gobernantes sino de los ciudadanos, la democracia no es un reparto de poder para multiplicar los privilegios de unos pocos, y la defensa de nuestros derechos debe hacerse de forma colectiva. Su propuesta parte de un urgente llamado a la acción para reapropiarnos de lo público. Al hacerlo, ofrece una cura a la humillada palabra política, al reivindicarla en su sentido originario –el de la Atenas clásica–: “la política como participación de los miembros de la polis (de ahí su nombre) en las decisiones sobre los asuntos que interesan a todos; es decir, a toda la comunidad (a la polis).
Las palabras, sin embargo, no sanan ni se limpian de la noche a la mañana. Para revitalizarse o convertirse de nuevo en signos vivos, como señala Cortázar, necesitan una crítica profunda de nuestra manera de vivir y pensar, y, sobre todo, sentirse y practicarse auténticamente desde adentro. Esto implica un proceso, y como bien sabemos, cuando éste involucra una genuina transformación de ideas y prácticas, demora. Pero es sólo siendo parte activa de estos movimientos, que involucran nuevas formas de hacer política –y que requieren de una participación activa y lucha colectiva–, que realmente podemos como ciudadanos reapropiarnos de lo público y así curar de raíz muchos de los males que hoy nos aquejan. Nosotrxs, independientemente de quién gane las elecciones, lo que ofrece es un remedio alternativo y un canal para ser parte de este proceso, no de forma temporal, sino sostenida a lo largo del tiempo.
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