Publicado en El Universal
Por Mauricio Merino
La semana pasada escribí un artículo (“El país de mis sueños”) en el que reproduje los principales compromisos asumidos por el gobierno federal en el epílogo del Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024. Un recuento de promesas que, de cumplirse, abrirían un horizonte de paz, igualdad y crecimiento completamente diferente al escenario de desigualdad, violencia y corrupción que hoy estamos padeciendo.
La mayor parte de la sociedad cree que se cumplirán esas promesas. No las leen como utopía ni, mucho menos, como un recurso para salir del paso. Confían en la voluntad inquebrantable del presidente López Obrador y no se plantean siquiera que haya obstáculos imposibles de vencer o que los medios para llegar a los fines señalados en el PND puedan volverse, por sí mismos, la negación de la quimera.
Tampoco se preguntan si esos objetivos corresponden con las posibilidades reales de obtenerlos: la viabilidad, la factibilidad de los propósitos, la definición causal de los problemas, el diseño y el núcleo duro de las políticas planteadas, las trampas de la implementación o los métodos de evaluación del desempeño, de los procesos o de los impactos pertenecen al vocabulario oficialmente proscrito del neoliberalismo. Si el PND habrá de cumplirse será por la capacidad del líder, por la voluntad del pueblo organizado y por la revolución de las conciencias. Será porque los enemigos del crecimiento basado en el esfuerzo popular, de la autosuficiencia energética y alimentaria, de la redistribución equitativa de la riqueza nacional, de la paz justa y de la honestidad republicana habrán sido definitivamente derrotados.
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