Publicado en El Universal
Por Mauricio Merino
No es lo mismo un estado de derechos que un país de prebendas y regalos. El primero está basado en las leyes y las instituciones y el segundo en las clientelas y el reparto de dinero. El primero es igualitario y exigible, mientras que el segundo es selectivo y caprichoso. En el primero, la tarea principal de los gobiernos es garantizar el ejercicio pleno de los derechos consagrados (sin perder de vista que los fundamentales son, siempre, los derechos del más débil), mientras que en el segundo, la misión más relevante es quitarle el gorgojo a los frijoles repartidos.
En un estado de derechos no sería mucho pedir que se entreguen gratuita y oportunamente los medicamentos indicados en las recetas surtidas por los hospitales y los centros de salud; que los niños y las niñas puedan dedicar su tiempo a jugar y estudiar, protegidos y seguros, con independencia de las condiciones de sus padres y sus madres; que todos los trabajadores tengan acceso a la seguridad social y al resto de los derechos laborales, sin excluir a las trabajadoras del hogar (esclavizadas por el bienestar ajeno) a los trabajadores digitales (que reparten mercancías en bicicletas y motocicletas propias, arriesgando la vida por lentejas) o a los jornaleros agrícolas (que sobreviven como nómadas, cosechando en tierras que no les pertenecen).
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