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Por la libertad de los perros de azotea

Por Mauricio Merino

Publicado en El Universal

Tengo un amigo que clasifica a los políticos usando dos metáforas zoológicas: sanguijuelas y perros de azotea. Los primeros tienen una vocación insaciable de poder y los segundos, de visibilidad. La clasificación admite mezclas y no prejuzga sobre los propósitos de cada uno, pero ayuda a comprender sus estrategias: las sanguijuelas viven de la sangre ajena, mientras que los perros de azotea ladran para hacerse oír.

Ambas especies conviven en la vida pública, en los partidos y fuera de ellos; en las organizaciones de la sociedad civil y entre las aulas y las redacciones de los medios: quienes se interesan por casi todo lo que pasa y ladran preocupados por su entorno y quienes viven de engañar y de la busca de la oportunidad propicia para dominar a los inadvertidos. Entre ellos se levanta, agrego yo, la misma diferencia que distingue la atención de la concentración: la primera reclama estar alerta a los estímulos que nos rodean y es, por definición, reactiva; la segunda es obsesiva: exige que todos los sentidos estén puestos en una sola cosa: la conquista y el ensanchamiento del poder.

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