#SeguridadSocial en el hogar
Por Andrea Santiago, coordinadora de la causa de Trabajadoras del Hogar en Nosotrxs. Publicado en Tercera vía
En México hay espacios que sirven de lupa para comprender las profundas desigualdades que vivimos de forma cotidiana y naturalizada en nuestro país. El hogar de muchas clases medias y altas, es uno de ellos. En el imaginario social, la casa es percibida como el lugar de lo íntimo, nuestro refugio frente a las demandas del trabajo, un lugar seguro, de esparcimiento y convivencia familiar. Pero sucede que el hogar es, al mismo tiempo, un espacio de trabajo para otros[1]; otros que por lo general están muy alejados en términos de clase social, procedencia, y oportunidades. Para estas personas, el hogar de sus empleadores puede ser fuente de malestar, temor, incertidumbre, así como de agotamiento físico, mental y emocional debido a las malas condiciones laborales en las que se desempeñan.
El problema de la desigualdad para las trabajadoras del hogar, se agrava porque su trabajo se da en un ámbito de lo íntimo que pocas veces está bajo el escrutinio público, lo que favorece su invisibilización. Es necesario sacar a la luz los problemas a los que se enfrentan e invitar a entenderlos a detalle pues sólo así se podrá pensar en soluciones. Por ello, en las siguientes líneas ahondaré en características comunes del trabajo doméstico remunerado que contribuyen a reforzar injusticias.
Precariedad
Sin embargo, nunca se establece una jornada máxima, reconociendo así que la gente puede laborar hasta 12 horas por día, obviamente sin pago de horas extras.
Las condiciones de precariedad laboral, en el caso del trabajo doméstico remunerado, se reflejan en la inexistencia de contratos, los bajos salarios[2], la indefinición de horarios de trabajo, y las pocas o nulas prestaciones a las que tienen acceso[3]. Aunque esto podría sonar familiar para muchos trabajadores en México, quienes tienen que aceptar trabajos bajo estas condiciones como única alternativa, lo particular del trabajo doméstico remunerado es que la propia Ley Federal del Trabajo (LFT) y la Ley del Seguro Social (LSS) fomentan algunas de estas indeseables condiciones. Por ejemplo, la LFT estipula que para quienes trabajan bajo la modalidad “de planta”[4], el descanso debe ser de 9 horas durante la noche y 3 durante el día. Sin embargo, nunca se establece una jornada máxima, reconociendo así que la gente puede laborar hasta 12 horas por día, obviamente sin pago de horas extras. La misma ley señala que hasta el 50 por ciento del pago puede ser en especie (alimentación, habitación). Es decir, autoriza que se reduzca a la mitad un salario, que ya de por sí es bajo, a las personas que trabajan bajo esta modalidad. Por su parte, la LSS establece como voluntaria la inscripción al Seguro Social de las trabajadoras del hogar, y por si fuera poco, aun cuando se les afilie, quedan excluidas del INFONAVIT y de los servicios de guarderías[5]; una triste paradoja pues muchas de ellas dejan a sus hijos para cuidar a los hijos de los empleadores.
Desigualdad de trato
Otra característica de este tipo de empleo, que va más allá de una dimensión económica, es la desigualdad de trato. Es decir, el poco respeto o reconocimiento que reciben quienes lo realizan. La discriminación y estigma de las que son objeto las trabajadoras del hogar, ha sido una de las marcas distintivas del trabajo doméstico remunerado. Se les discrimina no sólo por el tipo de trabajo que ejercen sino por su clase social, nivel de escolaridad, lugar de procedencia, apariencia física, la forma de hablar español o hablar una lengua indígena[6]. Ciertos productos culturales como algunas telenovelas, han contribuido a la generación de un imaginario social que las coloca en el lugar del atraso, la ignorancia y la sumisión[7], lo que en la práctica se traduce en tratos despectivos y/o condescendientes. Como ejemplos de esto se encuentran: el esculcar sus pertenencias, que duerman en cuartos inhóspitos, el darles las sobras de la comida, y/o los motes despectivos –“la chacha”, “la criada”, “la gata”– para referirse a ellas. Al respecto dice Paula Hernández, empleada del hogar desde hace 25 años, que hay que llamar a la gente por su nombre y no ponerles un calificativo, porque ellas también podrían hacer lo mismo con sus empleadores llamándolos “el ruco, la ruca, la vieja… la pirujita”[8]. Sin embargo, agrega, “son cosas que no pueden decir, se dediquen a lo que se dediquen y sean lo que sean”.
Afectos que afectan
Si bien la proximidad física no anula las diferencias sociales entre empleadores y empleados, en algunos hogares esta proximidad y convivencia cotidiana da lugar a la creación de vínculos afectivos. El trabajo siempre ha sido un espacio de socialización y por ende de intercambio de afectos, pero en el caso particular del trabajo doméstico remunerado muchas veces éstos nublan la relación laboral y contribuyen a que los empleadores olviden que lo son. Esto se expresa, por ejemplo, cuando el aguinaldo, el aumento de sueldo o las vacaciones pagadas, son reemplazados por los regalos de navidad, los consejos personales, entre otras muestras de afecto. La solución, claro está, no radica en impedir un intercambio afectivo, sino en que no se dé en detrimento de los derechos laborales de quienes trabajan. Tener claro que una cosa son las condiciones laborales y otra las muestras de cariño, es central.
El trabajo doméstico: un servicio en aumento
Las labores domésticas y de cuidados[9] que históricamente se asumen como responsabilidad de la mujer, como una actividad que realizan de forma “natural” y/ como expresión del amor que sienten por sus familias –lo que seguramente ha contribuido a su poca valoración y a que no se vea como un trabajo que implica tiempo, conocimientos específicos y desgaste–, hoy en día están siendo altamente demandadas. Tanto la creciente incorporación de las mujeres al mercado de trabajo –caracterizado por horarios prolongados–, como el envejecimiento de la población en algunas regiones del mundo –y que en México aumentará en las próximas décadas[10]–, ha elevado la demanda de este tipo de servicios a nivel global.
Esta demanda de servicios se está dando en un contexto nacional poco favorecedor para la mayoría de los trabajadores
Es, en todo caso, un tipo de trabajo que ha cobrado un valor inusitado para la economía[11] y la sociedad, y podemos anticipar que lo seguirá haciendo. Sin embargo, esta demanda de servicios se está dando en un contexto nacional poco favorecedor para la mayoría de los trabajadores: por los bajos salarios y las brechas de ingresos cada vez mayores entre los hogares ricos y pobres[12], la precariedad laboral, el poco acceso a la seguridad social, entre otras agravantes. Si a esto le sumamos las desventajas que acentúan las propias leyes mexicanas en el caso concreto de las trabajadoras del hogar, nos encontramos frente a un panorama verdaderamente lamentable. Por ello es urgente plantear soluciones que garanticen que la demanda de este tipo de servicios no se siga dando a costa de la calidad de vida de las empleadas del hogar.
¿Qué se puede hacer?
Ante un panorama tan complejo, las soluciones no son simples ni en una sola dirección. Son múltiples los frentes que hay que atacar. Dentro de éstos destacan la ratificación del Convenio 189 para que el Estado mexicano esté obligado a cumplir con los estándares internacionales que garantizan los derechos humanos y laborales de este sector. Asimismo, es central reformar las leyes mexicanas para garantizar una jornada máxima de 8 horas, pago de horas extras, un salario justo y el acceso a todas las prestaciones de ley. No obstante, se requieren incentivos fiscales y la simplificación de trámites administrativos[13] para facilitarle a los empleadores el registro de las trabajadoras del hogar al Seguro Social así como contemplar las distintas modalidades bajo las cuales se realiza este empleo.
Se requieren incentivos fiscales y la simplificación de trámites administrativos para facilitarle a los empleadores el registro de las trabajadoras del hogar al Seguro Social
Claro que como hemos visto, el cambio en las leyes es tardado y depende en buena medida de la voluntad política de nuestros gobernantes –aún a pesar de las múltiples y valiosas presiones y esfuerzos que desde distintas instancias[14] se están dando para revertir esta situación–. Desde el 2014, por ejemplo, llevamos esperando a que el Gobierno Federal materialice su compromiso de enviar la propuesta de ratificación del Convenio 189 al Senado de la República. Aún hay tiempo para que lo hagan antes de que finalice el sexenio y así dar un paso contundente en el reconocimiento de los derechos de este sector. Sin embargo si queremos abrir múltiples frentes que contrarresten la lentitud institucional, el primer paso lo podemos dar en nuestras casas. La formalización de la relación laboral a través de un contrato escrito que estipule los derechos y obligaciones de ambas partes, el aumento de sueldos, el no exceder las 8 horas de trabajo, el pago de aguinaldo, vacaciones y horas extras, entre otras, son condiciones laborales que pueden ofrecerse sin esperar a que las leyes cambien. Es realmente en esos momentos cuando contribuimos a mejorar las condiciones de vida de las empleadas del hogar; además de ser una manera de mostrarles respeto y reconocimiento al trabajo que realizan diariamente. Por el contrario, ayudarlas simplemente a sobrellevar la precariedad, involucra reproducir y legitimar, de forma cotidiana y en nuestro hogar, la desigualdad.