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Urgen coordinar esfuerzos anticorrupción

La labor principal de los Comités de Participación Ciudadana (CPC) del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) es impulsar la coordinación de las autoridades para desmontar la captura del Estado por las redes de corrupción, señaló Mauricio Merino.

Publicado originalmente en Red por la Rendición de Cuentas

Al exponer ante integrantes de comités de 22 entidades del País la propuesta de la Política Nacional Anticorrupción, dijo que la corrupción es la captura de los puestos, los presupuestos y decisiones públicas por un grupo que las usa para beneficiarse.

En ese sentido, indicó, la tarea de los comités ciudadanos no es perseguir corruptos, ni asumir que se trata de una lucha de buenos contra malos, sino el impulsar el combate contra las prácticas que posibilitan que los recursos públicos sean usados para beneficio privado.

Por ejemplo, expuso, el secuestro de los puestos para el pago de favores puede combatirse instaurando un servicio civil de carrera en el que los cargos se asignen con base en los méritos de los aspirantes.

“La Político Nacional Anticorrupción parte de este diagnóstico, hay que combatir la fragmentación, hay que combatir la desinformación, hay que combatir la desconfianza”, mencionó.

“Pero hay que hacerlo teniendo claro que el enemigo principal es la captura de puestos, presupuestos y decisiones. Si eso se entiende y se asume, creo que eso puede ser mucho más fácil para las siguientes etapas”.

Mariclaire Acosta, presidente de la CPC y del Sistema Nacional Anticorrupción, informó que se le pidió a Merino, de la Red por la Rendición de Cuentas, elaborar la propuesta de la Política Nacional Anticorrupción para que fuera discutida por los comités ciudadanos y llevarla al seno del Comité Coordinador.

Una vez que sea avalada por éste, explicó, la Política Nacional estará lista, cosa que probablemente ocurrirá después de las elecciones del 1 de julio, por lo que sería entregada a quien resulte ganador una vez que sea Presidente electo.

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Otra clase política… ¿Otra?

En menos de quince días elegiremos a las personas que encarnarán a la nueva clase política del país.

Por Mauricio Merino, coordinador general de Nosotrxs.

Publicado originalmente en El Universal.

No sólo decidiremos quién ganará la Presidencia de la República, sino quiénes ocuparán 18,298 cargos públicos en 30 entidades federativas. El solo enunciado de esa cifra mayúscula corta la respiración. Cerca de dos decenas de miles de individuos que asumirán la responsabilidad de tomar las decisiones políticas más importantes de México, en casi todo el territorio de la nación.

Vale la pena recordar este dato no sólo porque la competencia descarnada por esos cargos podría entorpecer la jornada electoral del 1 de julio, sino porque sabemos muy poco de esta nueva (o vieja) camada de políticos que tomará las riendas de miles de puestos que nos afectarán por los próximos tres o seis años.

Distraídos por la contienda más importante, hemos pasado por alto que, además de la renovación total del Congreso de la Unión, elegiremos a las personas titulares de nueve gubernaturas —incluyendo la jefatura del gobierno de la CDMX, que hará cumplir una nueva Constitución— de 972 diputaciones locales, de 1,596 presidencias municipales y de las nuevas alcaldías de la capital, a quienes se añadirán 1,237 concejales, 1,664 sindicaturas y 12,913 regidores, además de otros cargos electos por usos y costumbres. Esto significa, repito, que habrá una nueva composición de la clase política del país y, en consecuencia, nuevos arreglos y nuevos contrapesos en el ejercicio de los poderes públicos.

Nadie sabe a ciencia cierta qué tendremos el 2 de julio. No hay datos completos que nos permitan saber quiénes son y de dónde vienen las personas que ocuparán esos miles de puestos públicos. Tenemos atisbos, retazos de información, trascendidos, pero no certidumbre sobre sus trayectorias ni, mucho menos, sobre sus méritos o sobre las condiciones que tuvieron que cumplir para convertirse en candidatos a las posiciones que están en disputa.

No tenemos certeza sobre el pasado de la mayoría de los candidatos, sobre sus aportaciones o sobre sus credenciales políticas. Y tampoco la tenemos sobre el futuro que nos ofrecen: hay ideas sueltas, programas fragmentarios, negociaciones entre partidos que solamente comparten la ambición de ganar pero que no tienen la más mínima identidad ideológica. Nadie puede contar cuántos llegaron a las boletas como producto de negociaciones inconfesables, ni hay medios para distinguirlos con claridad meridiana de quienes realmente han de responder a la voluntad popular.

Los datos que hasta ahora se han publicado nos confirman, en cambio, el desdén con el que han venido evolucionando la mayoría de esas candidaturas. Nadie tiene una base completa —o nadie que la tenga la ha publicado— sobre la historia personal de esa nueva (o vieja) clase política que llegará a gobernar en todos los rincones de México. Ni siquiera el INE ha conseguido reunir las hojas de vida completas de quienes aspiran a ser diputados federales o senadores: 85 de cada 100 se han negado a ofrecer las piezas de información que el órgano electoral nacional ha solicitado para ponerlas al servicio de los ciudadanos. Y el Inai, por su parte, decidió aplazar la valoración sobre el cumplimiento de las obligaciones de transparencia de los partidos hasta después de las elecciones.

Conocemos hasta el último de los detalles de los candidatos a la presidencia de la República, pero ignoramos casi todo sobre los 18,298 personas que muy pronto llenarán las nóminas de los órganos políticos principales de México. Vamos caminando de espaldas hacia el futuro. Y ese futuro ya está esperándonos, al doblar la próxima esquina.

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La tragedia de la desconfianza

La ruptura de la confianza se está volviendo uno de los mayores desafíos para la sobrevivencia de México.

Por Mauricio Merino, coordinador nacional de Nosotrxs

Publicado originalmente en El UNIVERSAL

No hay institución pública que pase limpia por la prueba de la confianza. He aquí el mayor daño que se ha causado luego de una larga secuencia de gobiernos incapaces de resolver los problemas públicos del país. Nadie confía en nadie y nadie puede asegurar con certeza que al afrontar un problema común o emprender un nuevo proyecto no habrá traiciones, abusos, corrupción o violencia.

A los sociólogos les gusta nombrar esa falta de confianza con el eufemismo del tejido social roto. Funciona como metáfora: como una red de lazos afectivos entretejidos a lo largo del tiempo, cuyos hilos están hechos de promesas cumplidas, de compromisos honrados y de actos de solidaridad y de apoyo mutuo entre muchas personas. En la medida en que esos hilos se multiplican, el tejido se fortalece. Pero cuando alguien rompe uno de sus nudos para sacar un provecho propio y alguien más sigue su ejemplo y al final muchos repiten el despropósito sin castigo, el tejido corre el riesgo de desgarrarse completo.

Otros utilizan figuras distintas. La más afortunada remite a la acumulación de apoyos recíprocos que constituyen un capital: el capital social, como le nombró Robert Putnam. En esa otra metáfora lo fundamental es el intercambio de confianza y reciprocidad que se manifiesta en asuntos concretos. Por eso es un capital que no se cifra en dinero, pero que en determinadas circunstancias puede sustituirlo con creces. Cuando alguien cuida a los hijos de otros, cuando atiende sus convalecencias, cuando se hace cargo del cuidado de sus pertenencias, cuando le presta un coche para atender un asunto, cuando le resguarda papeles que son importantes o le ofrece su tiempo para realizar algún trámite, etcétera, ese alguien está generando capital social que se acrecienta y se consolida, en tanto que fluye de manera recíproca. Su otro nombre es más antiguo y más bello: se llama fraternidad.

Las instituciones públicas que regulan la convivencia se ocupan de los opuestos. Existen para promover esas redes pero, sobre todo, para evitar que se rasguen o que produzcan daños irreparables. Según la teoría que se adopte, los hombres pueden ser los lobos del hombre o buenos salvajes que necesitan ser protegidos o seres racionales que han entendido que necesitan de una organización superior para ponerse de acuerdo y pactar una relación de confianza garantizada por el poder concedido a terceros. En todo caso, lo que tienen en común esas explicaciones primigenias sobre el Estado es la seguridad y la creación de las condiciones indispensables para contener y castigar a quienes pretenden quebrantar los lazos basados en la confianza. En su versión mínima, el Estado actúa como los bomberos: su misión es apagar los fuegos que encienden quienes abusan de la confianza social.

¿Pero qué sucede cuando es el Estado mismo, encarnado en sus gobernantes y en buena parte de su clase política, quien abusa de la confianza? ¿Cómo se afronta una situación personal de ruptura de compromisos y abusos, con instituciones que en vez de poner las cosas en orden, sacarán provecho para sus intereses? ¿Y qué hacemos si ese mismo ejemplo de falta de solidaridad se extiende como pólvora entre la mayor parte de la sociedad? Si nadie confía en nadie y nadie confía tampoco en el arbitraje de las instituciones que nacieron para evitar el conflicto, porque ellas mismas han sido capturadas por grupos de poder diseñados para dominar a los otros, el único horizonte posible es, como decía Hobbes, la guerra de todos contra todos.

Estamos sumidos en la tragedia de la desconfianza que ha minado las instituciones y ha hecho pedazos el tejido social y más vale que lo asumamos: pasamos de la democracia a la selva.

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Discurso #AsambleaNosotrxs por Mauricio Merino

Muchas gracias por estar con Nosotrxs, esta mañana y a lo largo de este año.

26 de mayo del 2018.

Gracias a Luis Fernando y a los colaboradores más cercanos de este movimiento, por todo el esfuerzo desplegado. Gracias al espléndido grupo de trabajo que nos ha acompañado desde el origen. Gracias a los colegas de la Comisión Ejecutiva,  a nuestros representantes estatales, a los fundadores y a quienes se han venido sumando poco a poco. Gracias a quienes han encabezado y encarnado las causas de Nosotrxs. Gracias a todos ustedes, a los que están aquí y a quienes nos siguen desde sus entidades. Gracias a los medios de comunicación que nos han acompañado, literalmente, todos los días.

I.

Les ruego que me permitan aprovechar estos minutos para decirles por qué Nosotrxs es un movimiento –no solo una organización– y por qué está llamado a ser de oposición. Un movimiento social de oposición.

Un movimiento que nació para convocar a una revolución de conciencias, en busca de la defensa colectiva de nuestros derechos.

Un movimiento que quiere hacer pedagogía política y que aspira a dignificar la democracia desde la raíz: desde la concepción misma que le hemos dado a esa palabra.

Somos un movimiento social, porque tenemos un ideal, un ideario y una identidad.

Para Nosotrxs, la igualdad y la honestidad son inseparables: no hay igualdad donde hay corrupción, ni honestidad donde unos cuantos someten a todos los demás. Queremos un país igualitario, por honesto; y honesto, por igualitario.

Creemos que ese ideal de igualdad y honestidad es imposible de alcanzar si no lo perseguimos colectiva y puntualmente, oponiéndonos con valentía y tenacidad a la vulneración sistemática de nuestros derechos.

Creemos que los abusos obedecen a la captura de los puestos y los presupuestos por intermediarios políticos que se han venido apropiando, cada vez más, de las instituciones públicas, para su propio beneficio.

Creemos que nuestra mejor herramienta para crear conciencia y enfrentar  esas conductas que nos dañan, es la recuperación de la política, de la democracia y de los derechos que nos han sido secuestrados.

Creemos que no habrá un mejor gobierno, mientras la sociedad no se haga cargo de vigilar y acotar a los intermediarios.

Creemos que estas ideas deben multiplicarse por todo el territorio nacional y que la democracia no se consolidará, mientras siga confundiéndose con el reparto del poder.

Creemos sinceramente que Nosotros, todos, somos el poder, el Estado y la democracia.

Somos un movimiento social de oposición. Lo somos, porque no aceptamos que se nos impongan decisiones contrarias a nuestros derechos.

Porque no aceptamos que la corrupción siga siendo el combustible del sistema. No aceptamos que el Estado sirva para eternizar los privilegios y las castas.

No aceptamos que la democracia siga interpretándose como democracia de turnos, de quítate tú para que me ponga yo.

Porque no aceptamos que nadie, absolutamente nadie, se arrogue facultades para pisotear a los demás, en nombre de sus ambiciones, del poder o del dinero.

Por estas razones, simples y directas, gane quien gane en las elecciones del 2018, Nosotrxs seguirá siendo un movimiento social de oposición.

II.

Me hago cargo de que la frase: “vulneración sistemática de los derechos” amerita una explicación. Una explicación y un llamado a comprenderla, porque creo que en esa idea se sintetiza la filosofía y la convocatoria de nuestro movimiento.

Cuando alguien acude a un centro de salud o a un hospital público y obtiene una receta, no está pidiendo favores sino haciendo uso de un derecho constitucional que, a su vez, está pagado con dinero público: nuestro dinero.

Si a esa persona se le niega el acceso a los medicamentos, todos somos víctimas y todos tendríamos que cobrar conciencia de que lo mismo le pasará a quien siga en la fila y que esa cadena no se romperá, sino hasta que todos actuemos contra esa injusticia.

Cuando alguien es víctima de un delito, acude a denunciarlo y no pasa absolutamente nada, no es esa única persona la agraviada: somos todos. Y sucede que millones de personas han de conformarse con la negligencia o la corrupción de las ventanillas de atención del ministerio público porque, en efecto, en la gran mayoría de los casos no sucede nada.

Sigo: cuando vemos que casi dos millones y medio de personas –la gran mayoría mujeres—son maltratadas en sus derechos laborales y en su dignidad porque eligieron ser trabajadoras del hogar (por decisión o porque no tuvieron otra opción), y miramos a otro lado, contribuimos a que esa situación inaceptable se mantenga intacta.

¿Cuándo nos daremos cuenta de que esa forma de esclavismo es la misma que sufre la mayor parte de la población, de manos de quienes tienen las sartenes por el mango? ¿Cuándo entenderemos que pelear por ellas es, también, pelear por nuestra propia dignidad? ¿Cuándo asumiremos que sometiéndolas, nos sometemos a nosotros mismos?

Nos dolemos de la corrupción. Nos quejamos de los abusos que cometen los dueños del poder económico político y de la opacidad de gobiernos y partidos. Pero lo hacemos como si fuera cosa ajena, como si no fuera nuestro dinero. Y dejándolo pasar no hacemos sino convalidar la corrupción.

¿Qué ha pasado con la reconstrucción? ¿Por qué nadie acaba de darnos cuenta exacta de la forma en que las autoridades están afrontando la tragedia que derivó de los sismos de septiembre? Sabemos que una buena parte del dinero que debió emplearse para ayudar a los damnificados se ha gastado en otra cosa. Y sabemos que las instituciones encargadas de evitar que eso suceda no han cumplido su misión.

¿Quién puede asegurar a ciencia cierta que, cuando venga el siguiente terremoto –que vendrá, seguro– no le pasará nada? ¿Por qué no abrazamos  a los damnificados de septiembre, por qué no nos involucramos en la forma en que los gobiernos están malgastando los dineros, por qué no nos unimos para evitar que las instituciones encargadas de combatir la corrupción acaben capturadas? ¿Hay que esperar acaso hasta que, literalmente, se nos caiga el techo encima?

III.

Cuando decimos que las causas de nosotros son, efectivamente, de nosotros, de todos nosotros en sentido literal, no estamos haciendo un juego de palabras. Millones de mexicanos estamos sometidos a esos agravios, millones padecemos por las mismas causas y, sin embargo, tratamos de enfrentarlas individualmente. O soñamos, acaso, en que los próximos gobiernos ahora sí nos salvarán; ahora sí serán buenos; ahora sí cumplirán con su deber. No es cierto. Y no lo es, porque la lógica de lo que estoy diciendo no es excepcional, es sistemática. No es cosa de unos cuantos, ni mucho menos de uno solo; es el corazón del régimen en el que vivimos.

Es verdad que hay batallas exitosas, pero aisladas; algunas organizaciones sociales y medios de comunicación que denuncian y en ocasiones ganamos las partidas. Pero no hemos logrado hacer conciencia sobre la importancia de exigir juntos el respeto de nuestros derechos.

¿Recuerdan el poema de Martín Niemöller? Vale la pena citarlo completo:

“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.

“Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.

“Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista

“Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.

“Luego vinieron por mí, pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.

¿Cuántos de nosotros somos trabajadoras domésticas? ¿Cuántos, damnificados? ¿Cuántos nos hemos quedado sin medicamentos? ¿Cuántos hemos hecho denuncias al ministerio público? ¿Cuántos hemos guardado silencio ante la opacidad y la corrupción de los partidos y ante la captura de las instituciones? ¿Qué estamos esperando para actuar juntos? ¿Que ya no quede nadie para decir nada?

Nosotrxs peleamos por la libertad. Pero no en abstracto, no peleamos por una libertad escrita en un papel, que nadie cumple y en la que nadie cree. No peleamos por una libertad que acaba destruida y sometida al poder o al dinero. No aceptamos que unos sean más libres que otros. No aceptamos una libertad prostituida. Nuestra concepción de libertad es diferente: es la libertad que se construye colectivamente, a conciencia y con las leyes en la mano. No aceptamos que mi libertad se agote donde comienza la tuya y mucho menos, cuando esa libertad se compra. Mi libertad comienza, en realidad, donde se une a la tuya. Y es mucho más libre, la tuya y la mía, cuando van juntas y se respaldan mutuamente.

Este es el ideal de nuestro movimiento. Por eso convocamos a la revolución de conciencias. Porque hemos comprendido que mientras sigamos tolerando que nos achiquen y no aprendamos a defendernos juntos, seguiremos convalidando un régimen caduco y seguiremos siendo víctimas y victimarios de nosotros mismos.

Ayúdennos, ayudémonos. Sumemos voces y voluntades para defendernos unos a otros, para que dejen de atropellarnos y para que dejemos, nosotros mismos, individualmente, de repetir el sistema egocéntrico que pavimenta y multiplica los agravios. Identifiquemos las causas que nos están haciendo daño, afirmemos nuestros derechos, formemos colectivos para hacer valer nuestra voz unida y vayamos, causa tras causa, colectivo por colectivo, a la revolución de conciencias que tanto necesita México. Todos tenemos tarea y nadie debe quedarse fuera.

Porque creemos en lo que decimos y porque nos falta un largo trayecto para modificar las circunstancias decadentes e injustas de México, aquí estamos y estamos en lo dicho.

Ni tú, ni yo, ni ellos. Nosotrxs.

Muchas gracias y muchas felicidades.

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Nosotrxs, la oposición

El sábado pasado celebramos, en una asamblea nacional, el primer aniversario de Nosotrxs. Un movimiento social que nació para convocar a una revolución de conciencias, en busca de la defensa colectiva de nuestros derechos.

Por Mauricio Merino, coordinador nacional de Nosotrxs.

Publicado originalmente en El Universal

Somos un movimiento social, porque tenemos un ideal, un ideario y una identidad.

Para Nosotrxs, la igualdad y la honestidad son inseparables: no hay igualdad donde hay corrupción ni honestidad donde unos cuantos someten a los demás. Creemos que ese ideal de igualdad y honestidad es imposible de alcanzar si no lo perseguimos colectiva y puntualmente, causa por causa, oponiéndonos a la vulneración sistemática de nuestros derechos.

Abundan los ejemplos: cuando alguien acude a un centro de salud o a un hospital público no está pidiendo favores, sino haciendo uso de un derecho. Si a esa persona se le niega el acceso a los medicamentos, todos somos víctimas y todos tendríamos que cobrar conciencia de que lo mismo le pasará a quien siga en la fila, hasta que todos actuemos contra esa injusticia.

Cuando vemos que casi dos millones y medio de personas —la gran mayoría mujeres— son maltratadas en sus derechos laborales porque eligieron ser trabajadoras del hogar y miramos hacia otro lado, contribuimos a que esa situación inaceptable se mantenga intacta. ¿Cuándo entenderemos que pelear por ellas es, también, pelear por nuestra dignidad? ¿Cuándo asumiremos que sometiéndolas nos sometemos a nosotros mismos?

Nos dolemos de la corrupción. Nos quejamos de los abusos que cometen los dueños del poder económico y político y de la opacidad de gobiernos y de partidos. Pero lo hacemos como si fuera cosa ajena, como si no fuera nuestro dinero. Y dejándolo pasar no hacemos sino convalidar esa corrupción.

¿Quién puede asegurar a ciencia cierta que cuando venga el siguiente terremoto —que vendrá, seguro— no le pasará nada? ¿Por qué no abrazamos a los damnificados de septiembre, por qué no nos involucramos en la forma en que los gobiernos están malgastando el dinero? ¿Hay que esperar acaso hasta que, literalmente, se nos caiga el techo encima?

Millones de mexicanos estamos sometidos a esos agravios, millones padecemos por las mismas causas y, sin embargo, tratamos de enfrentarlas individualmente. O soñamos, acaso, en que los próximos gobiernos ahora sí serán buenos, ahora sí cumplirán con su cometido. No es cierto. Y no lo es porque la lógica de esos agravios es sistemática. No es cosa de unos cuantos ni mucho menos de uno solo; es el corazón del régimen en el que estamos viviendo.

Nosotrxs pelea por la libertad. Pero no en abstracto, no peleamos por una libertad escrita en papel que nadie cumple y en la que nadie cree. No peleamos por una libertad que acaba destruida y sometida al poder o al dinero. No aceptamos que unos sean más libres que otros. No aceptamos una libertad prostituida. Nuestra concepción de libertad es diferente: es la libertad que se construye colectivamente, a conciencia y con las leyes en la mano. No aceptamos que mi libertad se agote donde comienza la tuya. Mi libertad comienza, en realidad, donde se une a la tuya.

Este es el ideal de Nosotrxs. Porque hemos comprendido que mientras sigamos tolerando que nos achiquen, seguiremos convalidando un régimen caduco y seguiremos siendo víctimas y victimarios de nosotros mismos.

Ayudémonos. Sumemos voces y voluntades para defendernos unos a otros, para que dejen de atropellarnos y para que dejemos de repetir individualmente el sistema egocéntrico que pavimenta y multiplica nuestros agravios. Identifiquemos las causas que nos están dañando, afirmemos nuestros derechos, formemos colectivos para hacer valer nuestra voz y vayamos a la revolución de conciencias que tanto necesitamos.

Por estas razones, gane quien gane en las elecciones del 2018, Nosotrxs seguirá siendo un movimiento social de oposición.

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Las falsas promesas

En lo que llevamos del Siglo XXI, el lenguaje de las políticas públicas ha ido ganando terreno. El lenguaje, digo: no los contenidos sustantivos ni el método, pero sí la jerga.

Por Mauricio Merino, coordinador nacional de Nosotrxs

Publicado originalmente en El Universal

Por eso escuchamos que muchos políticos dicen que hacen falta políticas públicas para resolver esto o aquello o modificar las que ya tenemos, porque no sirven. También se refieren con frecuencia a las causas de los problemas, como si de veras supieran de qué hablan.

En realidad, los problemas no existen sino hasta que alguien los nombra y no se resuelven sino hasta que se definen. Por excéntrico que suene esto, los problemas no nacen sino hasta el momento exacto en que una persona describe una situación que causa dolor o molestia y que debe modificarse, porque los problemas reclaman siempre una solución. Y esto vale tanto para la vida pública, como para la íntima. Por eso es tan conocida la frase acuñada por Gonzalo N. Santos, que algo sabía del poder: “La mejor forma de resolver un problema es no mencionarlo”.

Eso podía decirse en el régimen anterior, cuando la prensa era controlada, la oposición sometida y no había internet. Hoy, en cambio, resulta imposible ocultar las situaciones que causan dolor, indignación o molestia a un gran número de personas y que reclaman la intervención del Estado. Y el primer paso para afrontar esas situaciones es reconocerlas como problemas públicos: asumir su existencia y la obligación de poner manos a la obra. Pero describir no es lo mismo que definir.

La definición de un problema no solo exige aceptar, por ejemplo, que hay corrupción, violencia y desigualdad: la triada infernal del país. Tampoco es suficiente pasar por encima de las causas que los generan o creer que las políticas consisten en paliar sus efectos visibles. No hay política pública en la obsesión de meter a la cárcel a los corruptos sin modificar el régimen donde prosperan, ni en acumular policías o concentrar el mando de todos los cuerpos para desterrar la violencia, ni en repartir dinero a los pobres para evitar la desigualdad. Pescar peces gordos, empoderar a las fuerzas armadas o repartir mejores limosnas, son salidas falsas a los problemas públicos, porque ninguna está antecedida por una definición de las causas que los generan ni, mucho menos, de su factibilidad y sus destinos finales.

¿Cuántos corruptos investigados por una comisión internacional hay que meter a la cárcel para acabar con la corrupción? ¿Cuántas manos hay que cortar antes de anunciar que, ahora sí, el país es honesto? ¿Cuántos conversos se necesitan para terminar de barrer las escaleras de arriba hacia abajo? Mientras las oportunidades de capturar puestos, presupuestos y decisiones públicas sigan intactas y sigan eslabonándose con los intereses de los privados, los leales y los amigos, la corrupción seguirá siendo un problema sin soluciones.

¿Cuántos cárteles hay que desmembrar, cuántos capos y cuántos sicarios hay que abatir para contener la violencia? Una vez que se llene la planilla de la lotería con las caras de los mayores delincuentes de México, como la que alguna vez hizo pública el presidente Calderón, habrá que sacar la que sigue. Parece una mala broma: “Hemos dado un golpe mortal a la obesidad: detuvimos un carguero lleno de chocolates”.

¿Cuánto dinero quieren seguir repartiendo nuestros líderes para decir que ya no hay pobres en México? ¿Tanto como sea necesario, acaso, para garantizar las clientelas que habrán de apoyarlos en las próximas elecciones?

Ninguno de los problemas nacionales que nos agobian está siendo definido a partir de sus causas y ninguno tiene salidas acabadas ni rutas verificables. Lo que habrá el 1 de julio no será una competencia entre políticas públicas, sino entre agravios, empatía y emociones. Así son las campañas electorales. Pero luego, hay que gobernar.

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Los silencios ominosos del debate

Los contenidos de la política mexicana empiezan a ser predecibles hasta la exasperación.

Por Mauricio Merino, coordinador nacional de Nosotrxs.

Publicado originalmente en El Universal.

Además de los lugares comunes que incluyen las descalificaciones cruzadas y la reiteración de las tesis que ya conocemos de cada uno de los candidatos que aparecerán en la boleta, también conocíamos de antemano los silencios ominosos que han recorrido las campañas. El debate no hizo sino confirmarlos.

No se habló de la discriminación que padecen las trabajadoras del hogar, ni de la necesidad urgente de ratificar el Convenio 189 de la OIT, para poner al día la legislación laboral que las ha sometido por décadas y que produce una de las zanjas más profundas de desigualdad en el país. Esta causa fundamental no produce votos entre las clases medias ni apoyos empresariales ni tampoco es clientelar. No ha sido una causa enderezada por los partidos que compiten, ni tiene el Copyright del líder. Por eso ha pasado inadvertida.

No se habló de la reconstrucción. Tampoco, por cierto, en el debate entre los candidatos al gobierno de la Ciudad de México. Como si México no hubiese vivido uno de los episodios más traumáticos de su vida colectiva el pasado 19 de septiembre, excepto para aprovechar esa tragedia para tratar de ganar votos a cambio de la demagogia y como si no hubiera decenas de miles de personas que siguen esperando una respuesta de las autoridades y una política de largo aliento. O peor aún, como si el dinero que debió ser utilizado para la reconstrucción no se estuviera usando para otros fines, medrando con la tragedia que sembró el cataclismo.

Por otra parte, los candidatos siguen creyendo que combatir la corrupción consiste en acusarse mutuamente y en autoproclamarse como adalides de la honestidad. Pero guardan silencio sobre la forma en que están utilizando los dineros que les entregamos para hacer política y sobre la falta de cumplimiento de sus obligaciones. Ninguna de las coaliciones ha rendido cuentas claras ante el INE, ni ha cumplido cabalmente con la Ley General de Transparencia. Los ciudadanos seguimos sin saber de dónde vienen los recursos privados que financian las campañas, ni cómo se gastan los caudales públicos que ponemos en sus manos.

Todos tienen ideas para combatir la corrupción, pero ninguno está cumpliendo con las leyes que ya existen. Ninguno. Por el contrario, los partidos han venido boicoteando la creación franca e imparcial de los sistemas anticorrupción que ya están plasmados en las constituciones y en las leyes. Han preferido la negociación de posiciones estratégicas para no perder espacios de poder y han impedido que nazcan las instituciones que estaban destinadas a evitar, desde sus causas, que la corrupción siga siendo el cáncer que corroe al país. Por desconfianza, por interés o por cinismo, sus hechos han negado sus palabras. En cambio, su mensaje de fondo es semejante: las cosas sucederán —se dicen entre ellos— cuando lleguen a Los Pinos.

No se habló de la captura generalizada de los puestos públicos, sino como argumento para ofender al adversario. Ninguno está dispuesto a modificar las redes de influencia que han minado la operación cotidiana de las administraciones públicas. El mérito, para ellos, significa cercanía, confianza y amistad. Cada uno desde su propio mirador, anuncia que los cambios que proponen vendrán condicionados por el reparto de los cargos públicos entre los suyos, porque la disputa electoral es también (y, sobre todo) una disputa por el botín de puestos y de presupuestos.

Se han vuelto predecibles, porque el proyecto democrático de México ha sucumbido a la captura de los intermediarios políticos que han dominado y corrompido el escenario público de México. Ninguno logrará lo que propone, porque los demás lo impedirán. Pero solo uno ganará las elecciones, mientras los problemas del país se agigantan como nunca.

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El régimen de la captura

El régimen que tenemos produce corrupción porque está basado en la captura de los puestos públicos por afinidad política, cercanía o interés

Por Mauricio Merino, Coordinador general de Nosotrxs

Publicado originalmente en El Universal

En este momento quizás resulte inútil escribirlo, pero lo que este país necesita para sobrevivirse no es un nuevo presidente, sino un nuevo consenso. Drogados por el efecto de la competencia electoral, estamos siendo incapaces de advertir al elefante de la sala: el régimen político de México no es viable. Equivocados desde el origen, creímos que la pluralidad era el remedio a los defectos del partido que fue único. Pero no fue así.

El régimen que tenemos produce corrupción, porque está basado en la captura de los puestos públicos por afinidad política, por cercanía o por interés. No es necesario bordar mucho sobre esta idea simplísima: ganar las elecciones equivale a hacerse de los puestos públicos para repartirlos enseguida entre los leales. Si nos dolemos de los despropósitos de los intermediarios políticos es porque los sabemos dueños de las decisiones. Más allá de las simpatías que nos puedan producir sus líderes, el hecho puro y duro es que las coaliciones que están compitiendo por los votos en realidad están en pugna para quedarse con los puestos y los presupuestos que habrán de repartir.

A lo largo del siglo que ya cumple 18 años, intentamos cercarlos con instituciones imaginadas para contener los excesos que cometen. Creímos que los contrapesos de la pluralidad servirían para mitigar los efectos más nocivos de esa captura sistemática: si habrían de quedarse con los puestos y los presupuestos, al menos había que llamarlos a rendir cuentas de sus actos. Pero tropezamos con el mismo error que quisimos combatir: esas instituciones también fueron capturadas. Y más: entregadas a las cámaras legislativas, se convirtieron en un nuevo botín y en un nuevo espacio para negociar y ejercer posiciones de poder.

La tragedia que están viviendo los nuevos órganos (supuestamente) autónomos en varios estados del país —véanse ahora mismo los casos de Tlaxcala, que ya se está convirtiendo en un emblema del cinismo, o los despropósitos sin tregua de la Asamblea Legislativa de la CDMX en el nombramiento de los nuevos magistrados o de comisionados del órgano de transparencia o la magulladura que sufrió el prestigio del Inai por causas semejantes— no obedece sino a ese mismo proceso de captura. El resultado es que los funcionarios que debían construir un cerco de exigencia para evitar los abusos de quienes toman decisionesestán siendo designados o sometidos por quienes regulan los latidos del verdadero corazón del régimen.

Los intermediarios políticos aprendieron muy de prisa la lección: tener órganos destinados al control democrático de las autoridades, cuyos integrantes no respondan a las instrucciones del sistema, no es un buen negocio para nadie. Así que primero se propusieron descalificarlos y luego hacerse de ellos. Cuando se demoran los nombramientos de fiscales, de comisionados o de magistrados, no es porque falte gente inteligente, sino porque los partidos no logran los arreglos adecuados, al margen de los méritos de las personas. Hacen listas de sus leales y, en cuanto pueden, las imponen. Así que capturadas desde el origen o sometidas a lo largo del trayecto, esas instituciones dejan de cumplir sus cometidos democráticos para perpetuar el ejercicio autoritario del poder. Todos se están cuidando las espaldas.

Se engañan quienes creen que las cosas cambiarán después de los comicios. El régimen político consiste en una trama de leyes y estructuras apuntaladas por valores autoritarios ampliamente compartidos, que seguirá vigente y no hará sino reproducir la mecánica de la captura, al amparo de otra narrativa. Podrán cambiar los nombres, las palabras y los ademanes, pero no las prácticas. Lo hemos visto una y otra vez en todos los ámbitos de la vida política de México. Y mientras ese régimen se mantenga intacto, tampoco cambiarán las consecuencias.

@NosotrxsMx

La corrupción envuelta en otros paños

¿No ha sido Meade cómplice de los procesos que han puesto en jaque el sistema anticorrupción?

Por Mauricio Merino, publicado originalmente en El Universal

Las propuestas que han venido eslabonando los principales candidatos a la presidencia para combatir la corrupción cortan la respiración. No parece que los proyectos que dicen defender se deriven del calor de la contienda: están hablando en serio y todo indica que ninguno está dispuesto a consolidar las instituciones que se han venido construyendo para atacar las causas originales de ese cáncer que nos está matando.

El Sistema Nacional Anticorrupción no tiene aliados. Si ganara AMLO, ese sistema se vendría abajo de inmediato, porque el presidente preferiría apostar por el nombramiento de allegados en los puestos clave. Lo ha dicho hasta el cansancio: desde su punto de vista, no son las instituciones, obligadas a garantizar el cumplimiento de la ley, ni los mejores métodos de gestión pública los que salvarán a México de la deshonestidad, sino un puñado de personas cercanas a su confianza, porque “las escaleras se barren de arriba para abajo”. Si el presidente es honesto, afirma, todos los demás serán honestos. Y de paso, ha subrayado una y otra vez que desconfía de la vigilancia de la sociedad civil organizada, sin matices, como si todos cupieran en el mismo saco.

El candidato puntero ha dicho que atacar la corrupción será su prioridad. Pero esa prioridad se atenderá desde Los Pinos y con una red de nombramientos emanados directamente desde su oficina, comenzando con las ternas propuestas para las fiscalías acéfalas. Si las cosas le salieran mal, dice, estaría dispuesto a someterse a la revocación del mandato cada dos años. Pero si alguno de sus colaboradores se corrompe, no habría sistemas para corregir las fallas, sino nuevos nombramientos. En su lenguaje no caben los pesos y los contrapesos, sino los consensos; no cabe la inteligencia institucional, sino su ejemplo; no caben los procedimientos de investigación autónomos, sino la rectoría de presidencia; no caben la transparencia ni la rendición de cuentas, sino los plebiscitos populares. Desde su mirador, la corrupción habrá de combatirse supliendo a una clase política por otra. Y la nueva será honesta, porque será nombrada por el presidente honesto.

Las propuestas que ha venido pergeñando Ricardo Anaya no son menos preocupantes. Pese a que el candidato presidencial del Frente fue testigo y actor del proceso que llevó a crear el Sistema Nacional Anticorrupción, en vez de formular un compromiso inequívoco con la consolidación, la autonomía y la apertura pública de ese sistema, hoy está apostando por los extranjeros. Le gusta el modelo que ha seguido Guatemala y ha comenzado a hablar de la hechura de una “Comisión de la Verdad” formada por personas de otros países. Hacer estudios comparados no es lo mismo que entregarse a otros, y mucho menos después de ver cómo esas experiencias han fracturado a los países que las han vivido. No obstante, el candidato Anaya se ha dejado convencer por la poderosa idea de pedir prestada a Washington una comisión purísima para pescar peces gordos mexicanos. Ese discurso seduce porque toca las fibras del agravio y la venganza, pero mina las instituciones nacionales, compromete la soberanía y deja intactas las causas de la corrupción. Lo que AMLO quiere hacer por dentro Anaya lo quiere traer de fuera.

Se me acaba el espacio y no he hablado de las propuestas de José Antonio Meade. ¿Pero es acaso necesario hablar de ellas? ¿No ha sido Meade un cómplice de los procesos de captura y de simulación que han puesto en jaque el sistema anticorrupción recién creado? El PRI sólo quiso salvar la cara para volver a las prácticas de siempre. Esa coalición boicoteó lo que se había ganado. Las otras dos, en cambio, cancelarían la ruta: de seguir así, no habrá un sistema para combatir la corrupción, sino que la corrupción seguirá siendo el sistema. Mal comienza la semana para el ahorcado en lunes.