Creamos el Colectivo #NiUnRepartidorMenos para protegernos entre repartidores. Surgimos a raíz de la muerte de José Manuel Matías, que fue arrollado por un tráiler el 27 de noviembre de 2018 mientras entregaba un pedido.
Un guiño
En las cajas de las tiendas Oxxo, dos jóvenes de casi la misma edad, se identifican mientras se hace el cobro de productos: el cajero de veintipocos que tiene un trabajo formal pero repetitivo de ocho horas por día y que lo ancla todos los días al mismo metro cuadrado con sueldo bajo pero fijo, con el repartidor de UberEats que no tiene horario definido, contrato, prestaciones, cuyos ingresos varían dependiendo de la demanda y las horas que decida rodar por día y que además recorre la ciudad con la supuesta “libertad” de elegir cuánto gana y cuándo se conecta y desconecta del trabajo. Intercambian algunas palabras: “¿cuánto te llevas por día? ¿En serio? ¿Cómo te inscribes? ¿Te dan un celular? El cajero quiere saber más, pero la fila debe avanzar. Se despiden con un “¡cámara, gracias!”.
Así comienzan muchos repartidores de plataformas digitales: dejando trabajos de la economía formal pero poco reconocidos y mal pagados, para insertarse en la nueva economía digital que, si bien no combate la precariedad laboral, ofrece la ilusión de mayor libertad. La ilusión de que hay posibilidad de administrar la propia vida y tiempo en jóvenes cuya vida ha sido moldeada por limitantes estructurales que les impiden elegir su destino profesional, es ciertamente un deseo que las plataformas digitales han sabido aprovechar. Del mismo modo, han sacado ventaja del contexto nacional. Cuando el 41 por ciento de adultos mayores se encuentra en situación de pobreza1 porque no tienen ahorros, un ingreso suficiente ni protección social, la necesidad de empleo puede cooptarse de forma muy eficaz. Hoy, no importa si es en silla de ruedas, bajo la opción de caminantes pueden ir repartiendo pedidos por la ciudad.
El pedido
Como toda revolución, la digital supondría un cambio en nuestra forma de ver y habitar el mundo o en nuestra arquitectura mental, como diría Alessandro Baricco. Con un eficiente software, la velocidad del deseo de un consumidor se sincroniza de forma casi instantánea con la provisión de un servicio. En esa mágica inmediatez fue eliminado el ruido de la burocracia, las espera que suponen las filas, los horarios para solicitar algo. Pero también fue sustraído el lenguaje sobre derechos y la regulación por parte del Estado para que ese intercambio sea más equitativo. Como consumidores no concebimos algo que no sea instantáneo: queremos que sea fácil, rápido, eficiente y barato; algo que no nos quite más de unos cuantos minutos para poder seguir con nuestro acelerado modo de vida. Presionamos un botón y listo, en unos minutos tenemos la comida, la bebida, las compras del supermercado en la puerta de nuestra casa, no importando si es un domingo a las 11.30pm. Un repartidor llega y en una transacción corta e impersonal, le damos las gracias y tomamos el pedido. Hay quienes incluso ya nombran a los repartidores como “mi Rappi”, lo que habla de las condiciones sociales que se están desarrollando para pensar a las personas como la extensión de una plataforma. De ahí que preguntarnos qué hay detrás de un pedido, hoy sea una tarea política central.
Detrás del pedido
¿Qué cabe en una mochila de un repartidor? 60 kilos de compras, 10 cajas de pizza grandes, 8 costales de hielo, el favor de último momento como dejar unas llaves, comprar un regalo, pasear a tu perro. ¿Qué no entra? Acceso a servicios de salud, incapacidad en caso de accidentes, un ingreso relativamente estable, la posibilidad de irse de vacaciones con paga, un esquema de ahorro, una capacitación mínima en seguridad.
Como repartidores queremos decirte que la realidad detrás de tu pedido es esa que no cabe en la mochila. No es la libertad ni la autonomía que anuncian con brillantina las plataformas bajo el lema “Tú decides. Eres tu propio jefe”. Tampoco es el bonito anuncio de “dale volumen a tu música favorita y disfruta el recorrido por la ciudad”. La “libertad” que nos conceden sí involucra adrenalina, pero es más parecida a una ruleta rusa. Es no saber si la zona a las que vamos es tranquila o una zona roja. Es saber que si te mueres y no estás conectado nadie va a responder por ti, como le pasó a nuestra compañera Ximena Callejas. Es el azar extremo, el que te impide saber con cuánto acabarás en la semana y cuánto de eso vas a invertir en una reparación, en una refacción, en tu salud o en una consulta médica. Es ese tipo de juego que te motiva a ponerte metas mínimas de ingreso por día, sin saber si las vas a llegar a cumplir porque se cruza el clima, las quincenas, vacaciones, días festivos o las marchas. Pero aún así le entras al juego y estás dispuesto a trabajar sin parar hasta 12 horas por día y arriesgar tu vida en la lluvia por 20 pesos extra. Le llaman auto-explotación, pero de ello depende un “mejor” ingreso.
Nuestra realidad se quedó atorada en el peor de dos mundos de trabajo. Somos en términos prácticos empleados, pero somos concebidos como nuestros propios jefes o “socios” para que todos los costos caigan sobre nosotros. Somos esa supuesta actividad marginal que realizamos mientras estudiamos o que sólo es un trabajo eventual para complementar nuestros ingresos, pero le pagamos al gobierno 11 por ciento de impuestos y con nuestra “ayudadita marginal” generamos billones de dólares a nivel global a las apps.
Creamos el Colectivo #NiUnRepartidorMenos para protegernos entre repartidores. Surgimos a raíz de la muerte de José Manuel Matías, que fue arrollado por un tráiler el 27 de noviembre de 2018 mientras entregaba un pedido. En su muerte y en los accidentes y atropellos diarios de muchos compañeros, nos vimos identificados. Queremos decirlo en alto: no somos socios, no somos libres, no tenemos un trabajo que nos permita pensar en un mejor futuro.
Un sueño
Nuestra apuesta no es volver al pasado, sino posibilitar un futuro realmente revolucionario donde el desarrollo tecnológico y la economía digital permitan la generación de empleos realmente distintos. No queremos otra vez trabajos formales pero precarios, no queremos convertirnos en cifras de la desigualdad o de las muertes anónimas que se registran diariamente en la ciudad. Queremos un trabajo que nos permita recorrer la ciudad de otra manera y con una libertad distinta. Queremos empleos que nos permitan aspirar a un futuro que nos humanice, que nos permita desarrollar y potenciar nuestras capacidades. Queremos que en la entrada del restaurante o en la puerta de una casa, se entienda que no va una app sino una persona y que, en ese pedido, está nuestra vida.